X Manda-miento



Y… NO CODICIARÁS LOS BIENES AJENOS


“Salus pópuli suprema lex est” (27)

Empezaba la somnolienta rutina de la tarde cuando en el amplio y frío vestíbulo que unía sus respectivas consultas, se encontraron por primera vez, el dulce y arrogante galeno que venía de cumplir sus cuatro horas como burócrata; y, el diáfano y espontáneo joven incorporado recién al gremio de los doctos que, contento, ubicaba, en la puerta de lo que él llamaba, “mi santuario” su reluciente membrete.
A pesar de que sus rostros aparentaban total desinterés por la accidental vecindad, sus pensamientos eran disímiles…

El joven, optimista por la circunstancia y obediente a su espíritu fantaseaba: “Pero, que suerte la mía, tener de vecino a un honorable galeno ¿Cuánto aprenderé de su amplia experiencia?”…
Mientras que, el imperturbable veterano invadido en su espacio, bufaba al unísono con sus entrañas: “Tantos lugares vacíos… ¿Por qué carajo tenía que instalarse tan cerca de mi consulta?”

Soberbio a su letargo, pero decidido a establecer distancias con el intruso y sin esperar otra oportunidad para hacerlo, el asimétrico galeno esbozó una amplia sonrisa, extendió sus brazos y en tono paternal expresó:

—Qué gusto colega, me enteré por una paciente que usted parece ser médico.
—El gusto es todo mío doctor… Aunque rebelde al adjetivo, es verdad, su dolienta tiene razón, ambos batallamos contra el equilibrante dolor. Fíjese que justo hoy cumplo cinco días de empezar a ser su más respetuoso novicio. Pero… como dice mi bisabuela ¿qué hacemos aquí, expuestos a un mal aire? Entremos a mi santuario… Aprópiese de una silla y sin urgencias, conversemos.

—Gracias colega… observo que ya está… silenciosamente instalado.
—Ni tan silencioso doctor, el día que llegué con mis pocos enseres, hice todo, menos silencio. Al siguiente día, acudí a presentarme pero al estar su antesala adornada con tres dolientas, lo postergué. Intenté hacerlo ayer en la tarde pero desistí… al contemplar, embriagado, el sinuoso ingreso de una atractiva dama a su consulta… Y si no es indiscreción ¿Era una dolienta? ¿O era una sedienta…?

—Sí, es una indiscreción colega. Entérese que no respondo por impacientas, no me demoro con pacientes, nunca prescribo sobre el amor y como padezco de necrofobia  (28) . ¡Ciertas palabras jamás las pronuncio!
—Discúlpeme doctor, no lo imaginé tan conservador. Solo intento ser un buen vecino. Un discreto colega. Un desinteresado amigo y su más obediente discípulo. A propósito, fíjese que en tan pocos días, he escuchado apenas a dos dolientes…, pero si he tenido que batallar con más de treinta visitadores ¿Qué impresión le merece mi doctor?

—Preocupante, colega… preocupante, ellos son un manantial de sabiduría y a diario mitigan nuestra pandémica soledad, además, seductoramente elásticos, anuncian los nuevos medicamentos, su aplicación, recomendaciones y contraindicaciones. Son de una generosidad sin límite, así que tenemos que estar atentos a sus propuestas y… nada de batallas. Siempre recibirlos con los brazos abiertos.
—No critico su locuacidad colega, los que me enfadan son los “modernos Alquimistas” a los que ellos representan. Que al contrario de sus herméticos tatarabuelos, éstos si han encontrado “la piedra” filosofal, pues han trasmutado el dolor en elixir de su solvencia. Ensayando arriesgadas pócimas en empobrecidos países, estandarizando enfermedades y arrastrándonos al facilismo, han logrado “ennoblecer” su negocio y claro, acumular capitales, reinvertidos en industrias de pertrechos. Además, son usufructuarios de sabios emplastos, raros cocimientos y sobre todo importantes descubrimientos ancestrales.

—¿Terminaron sus gargarismos de concupiscencia doctor?
—Aún no colega. Fíjese que globalizando achaques con la apatía de la autoridad de salud y la alfombra roja de los medios, publicitan millones de sustancias curativas, fijan la tal píldora o el tal jarabe como la única panacea. Curándose cínicamente en salud y ahorrándose costosos segundos rematan: 
“Silossíntomaspersistenconsulteasumédico”. Estas multimillonarias corruptelas de parte y parte causan que miles de hipocondríacos o el ya patógeno pueblo se auto medique y, al agudizarse sus males, implore nuestra ayuda. Justamente dos casos de químico-dependientes son los que tengo ahora entre manos.

—¡Ay…! Colega usted parece de la santa inquisición, ahora son otros tiempos, deje a sus alquimistas en paz y respecto a sus exiguos pacientes, escuche: consígase cuatro horas en la burocracia, así costea las minucias. Procure que sus dolientes lo esperen, al menos treinta minutos. Tras escuchar sus lamentos, ordene exámenes en el agradecido laboratorio. Cuando retornen con los resultados, lúzcase con lenguaje médico; recete drogas de la generosa farmacéutica, sin axiomas, sugiera que cumplan con lo prescrito y cítelos para control. Total: cuatro consultas. ¡Ah…! y al despedirse en la última dictamine: “Amigo/a… le quiero ver en un mes”. Y... aquí tiene su turno.
—Discrepo doctor, yo no me apropio de dolientes y por respeto, nunca los tengo sentados, no creo en la estrategia de la espera. Escucho sus síntomas, indago rutinas, examino, establezco y, con su venia, planeo el tratamiento, sin jeringonzas, presento alternativas de cura. Revestido de calma, buen humor y humanidad ayudo a reencausar poco a poco su desequilibrio y sin pensar en su regreso, prescribo lo que considero acertado. Químicos, solo en casos extremos. En pocas palabras, pretendo ser fiel a la naturaleza y a Hipócrates. ¿Estaré haciendo mal… doctor?

—Olvídese de juramentos colega. Repito, son otros tiempos. Necesitamos aliviarlos a prisa de sus males, muchos de los cuales, “y aquí entre nos”, son resultado de sus antojos. Pero cuando los exámenes nos confirman de antojos prolongados, merece un tratamiento de diez consultas; si es serio, por sus antojos enraizados, demandará un raudal de consultas; y, si el cuadro es desesperado, por causa de antojos desbordados, se sugiere, oraciones y se le despacha al compadre de la Clínica amiga, donde, si no firma el voucher por adelantado, se muere en emergencia. Convénzase, que si no actuamos así o buscan otro hechicero o van a las farmacias y jamás regresan.
—Tamaña impavidez… me espanta doctor, solo habla de consultas y beneficios. Escuche: Al alterarse el equilibrio por los antojos, esto es, muchos años, la cura debe ser integral y no superficial. Que el doliente entienda la raíz de su problema. Concuerdo en lo que usted llama antojos, prolongación, arraigo y desborde pero lo que me extraña es que disfrace la expresión correcta, que muchos médicos jamás lo mencionan. En vez de antojos que suena indulgente, usted debió decir “hábitos” y con algo de pudor “HÁBITOS ALIMENTICIOS”… ¿O no?

—De usted depende que regresen colega. Escuche: guarde exámenes, hable poco y cure de prisa. Le instruyo: Advierte úlcera en un burócrata, receta: antiácidos, no le priva del licor pero le prohíbe el fútbol; cancela el tratamiento y seguro volverá con más mediocres… Y sigue el chorizo. Halla hipertensión, en un atropellador de incertidumbres, ordena: diuréticos, renunciar a las limosnas; cancela y seguro volverá con más predicadores… Y sigue el chorizo. Tropieza con diabetes en un asambleísta, prescribe: insulina, le prohíbe las componendas; cancela y seguro volverá hasta con su jefe de bloque… Y sigue el chorizo. Comprueba litiasis en un “modosito periodista” no prohíbe las grasas pero si decir la verdad, paga y seguro volverá con más impostores… Y así crecerá el gran chorizo y los regalos de las farmacéuticas. Dígame ¿qué más podemos hacer? ¿Tenemos que vivir… ¿O no?
—Con todo respeto colega, anestesiando la verdad usted esquiva mis preguntas pero… ¡Insisto!: ni en la úlcera…, ni en la hipertensión…, ni en la diabetes y ni siquiera en la litiasis, usted mencionó dietas razonables; peor aún “hábitos alimenticios”.

—¡Que dieta!... ni que disciplinas… colega, no hay que prohibir nada, los medicamentos cumplen su función, además, cuando algo se les prohíbe, nunca regresan. Recuerde: los médicos sabemos más por viejos que por médicos.
—Pero doctor, tenemos que persuadirlos sobre una conveniente alimentación durante y después del tratamiento y lidiar para que los Colegios Médicos y las autoridades de salud programen campañas para prevenir enfermedades y no para curarlas. Y, que de una vez por todas, se prohíba a los alborotadores medios, recetar. Acuérdese aquello de que:
                                            Óptima medicina nulla uti medicina (29)

—Pamplinas…, colega. Las enfermedades son las cuotas que se pagan por los caprichos… Repito “El médico sabe más por viejo, que por médico…" Solo piense que de algo tienen que enfermarse y nosotros… ¡Tenemos que vivir…!
—No solo es la enfermedad mi doctor, es una vejez digna… Le cuento y usted lo sabe, que los casos de cáncer gástrico y de colon son espeluznantes, la hipertensión es cada vez más generalizada y la diabetes deteriora a la población; inclusive a jóvenes y todo por los hábitos alimenticios. Solo mire en las afueras de los espectáculos y en la calle todos los días y a cualquier hora; de cada diez personas, ocho transitan devorando… y no todo lo que devoran son auténticos alimentos.

—¡Ah…! Colega, no solo exagera, sino que pretende que los médicos nos quedemos sin pacientes.
—Definitivamente se niega a hablar de la alimentación doctor… Mejor le cuento mis sueños… Fíjese que a veces me invade la ilusión de lograr una maestría en prevención. —¿Qué piensa doctor?—

—¡Noooo! mi querido amigo. Escuche, quédese así; palanquéese “4” horas en un ministerio e inicie el chorizo hasta lograr veinte pacientes… Solo calcule: veinte le traen cuarenta, a los especialistas, con uno o dos, ¡quizás! les caiga tres, ¿Por qué cree que ellos tienen otras tarifas? además, a ellos, aparte de los regalos, las farmacéuticas les costean cursos, congresos y hasta les permiten llevar la familia. ¡Ah..! y de la
tal prevención que se ocupe el gobierno, ¿no lo cree?
—¡Ah..! Doctor, recuerde que los dolientes vienen a solucionar… sus problemas, no los nuestros. Usted escucha, tan solo lo que quiere escuchar... —Cuénteme ¿cómo alcanzó su misteriosa fortuna…?

—¡Ah! esa sí es una buena pregunta, colega… le voy a asesorar, esperando que no sea un espía del fisco, del colegio médico o de mi mujer. Escuche: ingresa un nuevo paciente, abra su historia y anote: síntomas, tiempo, edad, apellidos, profesión, tipo de vehículo, si tiene casa, dónde, horarios, aficiones, lugar de vacaciones y religión. De las respuestas, no solo puede diagnosticar, sino también, medir la capacidad de pago, de ahí el tratamiento y la tarifa corre por "su don de curar…" ¿Entendió?
—Ya no sé que decirle… Doctor. ¡Escuche y escuche bien! La O.M.S. instruye: Que la obesidad infantil crece cada día más incubando la diabetes. Que el 95% de las enfermedades se producen a causa de una mala alimentación. Que el 77% de patologías se dan por una inapropiada medicación... Entérese que el 75% de los pedidos de exámenes son innecesarios; que el 62% de las intervenciones quirúrgicas nunca fueron tan urgentes… Y usted y yo sabemos que el médico es el único que conoce la inutilidad de muchas medicinas... ¡Y comprendemos, muy bien, que curar mal es una forma de matar!

—¡Ay…! Colega… Ya me hartó… Le advertí que me enferma hablar de muertes. ¡Escuche! Me invita a conversar y no hace sino quejarse de las farmacéuticas y de los medios; repudia los químicos y quiere que yo también malcríe a mis enfermos…! Parece un resentido comunista… ¿Qué pretende? ¿Qué mis pacientes, corran con usted? ¿Qué adopten sus verdes verdades? ¡No…! ¡No lo va a conseguir! No sé cómo acepté conversar… No sé cómo toleré tantos empujones para obligarme a hablar sobre mi mayor secreto: los…, los ha…, los habi…, los habit... los hábitos LOS HÁBITOS ALIMENTICIOS. ¡Mierrrrrrrda…! ¡Lo dije…! ¡Lo pronuncié…! Debo pellizcarme… Seguro que estoy soñando…

En efecto el intolerante y rostrituerto galeno pellizcó su transpirada mejilla y…
…asustado, pero feliz, soltó una alentadora carcajada que despertó a los ratones de su desierta consulta. Perturbado, aún, por la felonía de su cerebro, puso bajo su lengua tres gotas de valeriana, encendió un cigarrillo, miró respetuoso hacia la grisácea techumbre, cerró su único ojo y henchido de fe exclamó:


—“Gracias Dios mío…, ...Fue otra de mis Hipocráticas pesadillas”.


Llegada la noche, al cruzar altivo, el solitario vestíbulo rumbo a la salida, escrutó timorato, el membrete de su vecino… alcanzando a leer:


Washington Chauca De los Monteros
JURISCONSULTO



(27) El bien del pueblo sea la suprema ley.
(28) Necrofobia: pánico a los muertos
(29) La mejor medicina es no usar ninguna medicina..