XIV Manda-mientos CUENTOS y CONVERSAS


El viejo decálogo y su adendum; 
como target frente a temas 
de: fe, política, emigración, 
burocracia, medios de comunicación 
tauromaquia, salud, tráfico 
de órganos, nutrición,
justicia social, corrupción, 
medio ambiente y… futuro.

ASIediciones
ISBN 978-9942-03-219-5
Portada: Forosweb Gráficas: Holbein, Goya, Durero y Vogtherr

rodrigoaguirrech@yahoo.com
asiediciones@latinmail.com  


Adquiéralo en: 
http://www.librimundi.com/




Hechos 

Se advierte tan poco acerca de la vida. ¿Por qué especular alrededor de la muerte? ¿Y persistir en legislarla…?

Sutileza lograda años ha…, cuando inermes parientes —confusos aún de su origen, e inciertos como el que mas de su fin—; cedieron al tinglado de sombríos escatólogos y lascivos eruditos en pecados ajenos, que etéreos ofrecían vida eterna por obedecer manoseados preceptos o un inevitable infierno por quebrantarlos. ¿!Pero que aún repiquen!?

¿!Qué la cordura, equilibrio y hasta la felicidad de muchos se determine por tal o cual mito!?

¿!Qué Constantinos modernos, maquillados de virtuosos, atropellen comedidos la incertidumbre de sus amados hermanos con la bravata del llanto y crujir de dientes; cuando lo que consiguen es quebrantar y constreñir las mentes; y que, atropellados no amen la vida por su esencia sino por el temor a la muerte y que traviesos acróbatas, salvaguarden con réditos su silencio y de tiempo en tiempo, embarrados de burda y conspicua seriedad; exhumen supuestos edictos arguyendo que son necesarios por la iletralidad de los iletrados!?

A inicios del crucial siglo veintiuno, cuando el género humano gracias a su juicio, habilidad y firmeza ha logrado franquear múltiples obstáculos sus usufructuarios, en constante evolución, debemos auxiliarnos con lo mejor del pasado y positivos frente a tanta información, aceptar joviales el albur del día a día. Sin disfrazar el don del asombro y, cobijados por la verdad, erradicar la inercia, remediar las fobias exigir derechos, subsanar lo que esté a nuestro alcance y soñar…, sí soñar, pero bien despiertos, apostando siempre y en favor de la naturaleza: imitando su ecuanimidad y sus radicales términos, listos a su inevitable abrazo y, mientras ese instante llegue, amar la vida, invertir en salud, reservar energía, compartir destrezas, reciclar materia viva y en la trinchera que, con sabiduría, vanidad, o sencillez enfrentemos, apurarnos lentamente a vivir con poco.

En XlV Manda-mientos, Aguirre Charvet recrea con su índice un curioso remolino de imágenes disparatadamente formales; desnuda rémoras de salvación y antifaces de poder que han deteriorado la vida de muchos y la de sus inmediatos, trajinando por tétricos escenarios y disolutos verbos; estira las piernas y más allá de diez, catorce, veintisiete o cuarenta y seis hormas; reivindica capítulos de somnolencia con chispas de vida.

Querellante, cáustico y con tres pizcas de sal, descobija aupados laberintos constatando innegables desaciertos que, por inseguridad, astucia, confusión, apegos o simplemente tinieblas… predicamos como aciertos.
O. E.



Prefacio 

Agudo, irreverente, insobornable, radical, patético, macabro, duro… son las virtudes y/o vicios que adolece este libro y por consiguiente sus personajes.

Conversan sobre XlV Manda-mientos...
¿Será que el ortodoxo Benedictus PP. XVI, amén de perder millones de indulgencias, se lance a poner yapas al Decálogo de Moisés? ¿Qué diría además el Dios de Abraham?

Xl No consumirás drogas.
Xll No acumularás riquezas.
Xlll No dañarás el ambiente.
XlV No experimentarás genéticamente.

Sospecho que el Vaticano no ha de estar muy de acuerdo con estos aumentos, especialmente con el décimo segundo: estaríamos ante una paradoja. Con los otros quizás se ajustan al siglo XXl, pues ¿en tiempos lejanos qué se iba a experimentar con genes? los que habían bastaban y sobraban. No había necesidad de manipulaciones y si no preguntémosle a Lot.

Lo del ambiente; bueno. Ahora hay más gente y menos agua, es un imperativo cuidar la casa. Lo de las drogas no es ninguna novedad Cristos y shamanes se han drogado: la mandrágora, el hachís, la ayahuasca, el opio, no ha faltado en la dieta personal ni comunitaria, sin excluir al fármaco-dependiente. Además, al meditar por horas, respirar incienso, encantarse frente a luces o velas, hasta volar en éxtasis entre mantras y campanas es como para soñar en paraísos artificiales.

Ahora, las drogas son pecado; pero las leyes han sido hechas para violarlas… en un construir y destruir cíclico.

Y el hombre —el pobre ser que mastica el polvo de su yermo planeta—, quiere salir a rastras a la tierra prometida. Se mira en el espejo de algún oasis. Mira una vez más su estigma en la frente mientras taladra sus huesos aquella frase:


“Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris” (1) 


Martha Valdivieso Cox
(Escrito un Miércoles de Ceniza)




(1) Acuérdate, hombre, que eres polvo y en polvo te convertirás.





I Manda-miento



Y… ADORARÁS Y AMARÁS A DIOS 
SOBRE TODAS LAS COSAS

“Tímeo hóminem unius libri” (2)



¿Por qué siempre sospeché, que más temprano que tarde, me darías la espalda…?

Salvo por el maldito insomnio, mis constantes jaquecas, mi selenofobia (3) y el miedo a envejecer...: lucía feliz. Anteayer, tras un ininterrumpido silencio, mi leal oyente y gran alegría, dejó de respirar. A pesar que imploré que la asistieras Tú, privándome del goce de encanecer lentamente a su lado… ¡Te la llevaste!

Dos años hace que en Tú nombre golpearon mi puerta. Sin reparos contesté. Socorrí a cientos de niños afectados de leucemia por allá en un país del cuarto mundo.

Cuatrocientas quince lunas me han atormentado desde que permitiste que a mi hijo adoptado lo secuestren y, a pesar de haber cubierto el rescate, lo desaparezcan. Él nunca dejó de ir al templo, a escuchar de mí tu palabra. Sospechando que se trataba de una prueba, aguardé… Meses después, exhumadores de nostalgias, minimizaron mi ofrenda… ¡Pasaban de cien! las viviendas que entregué a familias inmigrantes, garantizando inclusive la educación de sus hijos en la congregación que Tú mismo me iluminaste fundar.

Cuatrocientos quince insomnios… sumando pecadores rumbo al paraíso... y Tú, olvidando mis ofrendas... no me devuelves mi hijo.

¿He logrado paz por entretener con tu palabra los últimos treinta años?

¿Qué he obtenido de que los medios elijan mi prédica como la más influyente, solo porque mi discurso, que de ningún modo fue sectario, favoreció la llegada al poder, al que Tú mismo me inspiraste promover en mis sermones como el mejor...? Hasta él me dio la espalda. ¡No llegó al funeral!

Me provocan risa los supuestos virtuosos, pues una cosa esperaba yo de Ti, otra de tus insoportables ovejas, otra muy distinta de los impertinentes que, solo cuando precisan intrigar, escriben sobre mí; ni qué decir de los lenguaraces y peor aún los legalistas que me han utilizado solo para apuntalar sus deshonestos planes. ¡Ninguno sosegó mi llanto!

Durante el sepelio cerré mis ojos y sin haber pensado en la mujer que me alumbró, me vi otra vez de rodillas junto a ella, consolando con desesperación sus fingidos lamentos. Yo con apenas ocho años, no entendía como Tú permitiste que mi padre se suicide, cuando él siempre te tuvo como gran terapeuta y mejor escondite. Y nunca entendí como mi madre, tras culparnos de su mala estrella, abandone por días el hogar, dejando de lado la atención de mis hermanos; obligándome a entretener sus frágiles y tiernos espejismos; y, con la lectura del obeso libro, que alguien olvidó en casa, anestesiarlos; refugiándome yo también en fantasmagóricas pesadillas saturadas de amenazas, desamores, juicios y condenas.

Por fin ayer, mientras cubrían el féretro de mi amada, advertí que fue en esos truculentos deberes, cuando se engendró en mí, la euforia de atropellar incertidumbres, hasta convertirme en refugio, esperanza y columpio de salvación y no, como a menudo he sermoneado, que fue el Espíritu Santo el que en una jadeante pesadilla me exhortó. He mentido siempre sobre mi espiritualidad, recitando que el aval de proliferación engendrado en el primer capítulo de la “Buena Nueva” fue el que me motivó para amarte y glorificarte, cuando lo que en realidad sucedió fue que pretendiendo legitimar lo ilegítimo, legitimé solo mis miedos. Así, macerándome también en sutiles lecturas y remolinos de salvación, descuidé el pensar; y abanderando el creer: me perdí. Arrogante por la sumisión y embriaguez de mis fieles, entreví la posibilidad de participar del efecto multiplicador del diezmo y sumando miserias me eclipsé.
No volveré a atropellar. Lo juro por mis nuevos devotos.

Esgrimiendo la verdad me juzgo libre… y libre confieso que el perezoso cerebro de mi rebaño fue el que me encumbró al lugar donde estoy; y, a pesar de que he obtenido todo lo que cualquier cometa fantasea, me veo al borde de un abismo. Jamás percibí lo esencial que era mi compañera... hasta que calló. Tú pudiste evitarlo... ¡Tú debiste evitarlo!... No me someteré a la empalagosa disculpa con la que muchas veces consolé, “Que tus caminos son insondables”… Y lo que dijiste a Job, hoy te lo digo: “Hasta aquí llegarás y no pasarás, ahí se romperá la soberbia de tus olas”.

Renuncio a tus certezas y me entrego al misterio. ¡Qué alivio…! Se acabó por fin el urdido discurso y el disfraz semanal. Siento gran angustia por mis antiguos devotos; pues, se les desmoronará el pedestal que ellos mismos construyeron bajo sus pies, encofrándolo con sueños, privaciones y codicia de vida eterna y que se mantenía en pie gracias a mi discurso semanal.

Insalvable a los más elementales apegos, demando el soporte que noche a noche encontraba en el regazo de mi amada…

…Dócil encarnaría en cualquiera de mis atropellados corderos, suplicando por alguien que, con el misterioso encanto de otros libros y otra prédica, me entretenga; más, no es fatua retórica decir que jamás encontraré...


...entreteniendo... Yo fui la mejor.



(2) Le temo al hombre de un solo libro.
(3) Selenofobia: pánico a la luna.



II Manda-miento



Y… NO JURARÁS EL SANTO NOMBRE DE DIOS EN VANO

“Inventa lege, inventa fraude” (4)


Impedidos por muchos meses; de intercambiar tan siquiera una caricia, un frustrado rescate permitió que, por fin, los dos coincidieran en casa. El hijo, un adusto joven que una vez terminado el año escolar en la capital iniciaba un corto tiempo de libertad; y, su madre, una mujer extraordinariamente ejecutiva, pues según su enmarañada agenda, en esa fecha, se leía:

7.00 a.m.  Aeropuerto.
8.15 a.m.  Cita en la peluquería.
10.30 a.m.  Entrevista en el canal maligno.
11,30 a.m.  Bendición de última piedra.
12.15 p.m. Almuerzo en el asilo
2.30 p.m.  Aeropuerto.
3,30 p.m. Misa y exequias.
6,00 p.m.  Evasión a casa.

Se abrazaron afectuosamente y, entre bromas y alegrías surgieron también lágrimas postergadas. Cenaron en santo silencio pero contentos y mientras disfrutaban del postre, el adolescente reprochó:

—¡O sea, Ma…'! qué si no asesinaban a tu comadre, tampoco nos veíamos este año. ¿Verdad?
—¡Sí, hijo! Qué paradoja tan espeluznante... Perdóname… ¡Es que tengo tanto trabajo!

—¿Trabajo? ¿Ya no se acabó la campaña?
—Se acabó... pero ahora estoy en la bendita. Asamblea. ¡Soy Asambleísta!

—¿Así...? Que noticia Ma…' ¿Y qué haces como Asambleísta…?
—Escucha hijo: al ser elegida por el pueblo para encarnarlo, ayudo con mi iniciativa, experiencia y estrategias a escribir... Otra Constitución.

—¿Constitución…? Es una acrobacia… Argentina ¿O qué es?
—¡Respetuoso hijo! Son costumbres, ideas y propuestas que analizadas, discutidas y aprobadas por votación, se recopilan en un libro; que llegará a ser la ley que normará el futuro caminar del país.

—Y ¿desde cuándo camina el país? Ma…'
Según Pascual…, hace como ciento setenta y pico de años… hijo.

—Si ya camina tantos años, ya debería tener una de esas constituciones. ¿No crees?
—Ha tenido como veinte. Pero dice Pascual que todo gobierno que llega, enseguida se enreda. Que la misma Constitución le impide avanzar. Que las leyes han perdido vigencia o ya se perfilan caducas. Que la última, la enredaron entre noticieros y media noche. Y hoy, en el sermón, me entero que fueron los sabios de siempre… Luego sube otro gobierno y nuevamente se repite la cruel historia.

—Te cuento Ma…' La única vez que miré a los asambleístas noté que solo suman desidia, restan principios, multiplican chismes y dividen intuiciones. Cuando deberían, sumar ánimos, restar ofensas, multiplicar pericias y dividir funciones. Por lo tanto… no me extraña que no hayas ido a verme en el Colegio…
—Te juro hijo, ¡no me quedó tiempo!... En el día: los trajes, mi perfil, los nervios, los vuelos, las reuniones. Y mil llamadas… Y claro, como hay conspiradores, hay enredos que extienden los plazos…; Y, en la noche, vieras: los peinados, los cócteles, los acuerdos y las discordias. Y después pendiente de los noticieros y del móvil… Y encima Pascual me vuelve loca obligándome a memorizar inicuos adjetivos.

—Pero Ma…' ¿Por qué demoran tanto?...
—¡Ay! hijo, la primera tardanza fue cuando los de siempre se negaban a incluir en la Constitución el nombre de Dios, ¿Te imaginas? Furiosos acordamos no negociar, alargar las porfías y no desaparecer el momento de votar. Resultados…, nos lucimos en los medios…, nos hicimos respetar… y nos salimos con la nuestra. En otras palabras: ganamos...

—¿Respetar?, ¿Ganar? No entiendo Ma…', ¿Será también Dios asambleísta?
—¡Más respeto hijo! y escucha, que ya me lo sé de memoria…: Al inicio del texto de la última Constitución, entre otras cosas se lee: “…en el reconocimiento de la diversidad de sus regiones, pueblos, etnias y culturas invoca la protección de Dios y…", un sinfín de etcéteras, entonces nosotros queríamos que todo siga igual, pero los demonios de siempre se oponían.

—¿Y por qué, querías qué todo siga igual, si ésta va a ser una “nueva” Constitución…
—¿Por qué…? Porque aceptamos las candidaturas con la orden de rasgarnos las vestiduras, nutrir fantasmas, demonizar incrédulos, enmaderar la tradición y guerrear la propiedad. Como dice Pascual ¿Para qué tanto enredo? ¿Tanta planificación? Solo hay que desamarrar ciertos nudos, reamarrarlos y caminar con fe, alentando para que los mandamientos se cumplan, ¿Entiendes, lo importante de invocar a Dios?

—Mmmm… Y en todas las Constituciones, ¿le han invocado…? Ma…'
—Casi en todas, hijo. El país ha sido, es y será: católico, apostólico y romano. El poder tiene que caminar con Dios coincidiendo con sus preceptos y de la mano de la Beatocracia; caso contrario, el pueblo no lo considera legítimo. ¿Entiendes hijo…?

—Lo que no entiendo es: Si siempre le han invocado ¿Por qué Él jamás les ha ayudado?
—¡Ay! hijo, habría qué preguntarle a Dios; pero, ¿cómo hacerlo? Nunca sabremos el por qué. Ese debe ser el sexto misterio doloroso… O sea, ¡Ni preguntar! Pero… con tantos incrédulos, déjame anotarlo. El lunes, tendrá Pascual una sesuda respuesta.

—Y ese Pascual que tanto lo nombras ¿Es tú nuevo novio?
—¡Ay! hijo, qué dices, Pascual es mi asesor. Un verdadero maestro de las réplicas. Imagínate que siempre cuenta que él quiso ser poeta, pero… su papá se ganó la lotería. Es un ilustre sibarita. Que... gracias a su metathesiofobia (5) ¡Jamás se equivoca…!

—Por tus respuestas… intuyo que sí Ma…' Pero… ¿Será acaso que Dios no se ha enterado que sí le han tomado en cuenta?
—¡Ay!, hijo, que pregunta. Él todo lo sabe, aunque a veces tengo mis dudas.

—Dudar es de sabios… Ma…' a propósito; ayer escuché en la tele, que Nietzsche dijo que Dios ha muerto… Así que por las dudas, sería muy sensato que la Constitución camine sola. Y sin atropellar incertidumbres… ¿No crees?
—Mmmm Niche…, Niche… No he sabido nada hijo. Pero a mi edad, ni pienses que voy a desertar. Yo asisto, voto como me ordenan, cobro mis haberes y así tibia pero obediente me libraré del infierno. Siento nervios sí... cuando me hago invitar por los fiscales de la tele.

—¡Ay!, Ma…', con esas respuestas, yo creo saber ya cuál es el error.
—A ver, hijo según tu cabecita ¿Cuál es?

—Mira, Ma…' el error ha sido: invocar a Dios en todas esas Constituciones.
—Pero… que irreverente hijo ¿Por qué dices, semejante cosa?

—Ma…' Escucha: segundo, dudas de que Dios exista y primero apoyas para que en la Constitución lo invoquen… Decídete.
—¿Segundo?. ¿Primero? Me enredas hijo. Igualito al comunista de tu padre. Una cosa son mis miedos, otra mis dudas y otra muy distinta lo que le hace bien al país… ¿EN… TIEN… DES?

—¿Le hace bien al país? ¿Y POR QUE NO LO HA HECHO ANTES... PUESSSS?
—Ay hijo ni me alces la voz, ni me vuelvas a enredar! Me aterroriza que también tú dudes de todo. Por favor ¡ESCUCHA! lo que dice Pascual: “gobiernos, empresarios, políticos, trabajadores y pueblo nunca hemos logrado ponernos de acuerdo. Que si no fuera por Dios, por la Iglesia y por el tal Fútbol…” ¿Cómo estaríamos?

—¡Ay…! Pascual. Lo que él te dice y tú lo repites, confirma mi tesis. “No hay acuerdos, porque viven dependientemente impávidos”
—¿Dependientes? ¿Impávidos…? ¿Por qué…? ¡EXPLÍCATE…!

—¿Por qué? Porque siempre han invocado el nombre de ese Dios... ¡PUESSS…!
—Sí… ¿Y qué? Jovencito atrevido…

—¿Para qué necesitan acuerdos…? ¡Como Dios ya encabeza la ley! solo aguardan que Él… solucione absolutamente todo!!
—¡No permitiré más irreverencias, Leoncito…! ¡A cepillarse los dientes…! ¡Y a dormir!

—(¿?)…

Minutos después, al pasar el sermoneado joven del cuarto de baño a su habitación, escuchó a su madre vociferar en el teléfono…

—¡Pascual! Pascual, cuando escuches este mensaje: vuélate a conseguir el video donde un tal Niche, que juraría… es el “ex-cultura” ha dicho, por la tele, que Dios ha muerto...  —¡Ah! Y llévalo el lunes, porque si es verdad… cambiarían todos nuestros planes…

¿Oíste?



(4) Hecha la ley, hecha la trampa.
(5) Metathesiofobia: pánico a los cambios.





III Manda-miento



Y… SANTIFICARÁS LAS FIESTAS

“Cum fovet fortuna, cave, namque rota rotunda” (6)


A pesar de haber nacido sin brazos, mi habitual travesura fue manchar y mi mayor anhelo empezar a pintar. Cuentan que con un trozo de carbón en la boca o sujetándolo con mis pies realizaba mis primeros y torpes trazos. El suelo, los muros y enseres de mi modesto hogar fueron mis primeros soportes, mudos testigos de diarios fracasos e insignificantes logros.

Ya adolescente, mucho más resignado al abrazo de múltiples frustraciones, con esfuerzo, perseverancia y años de práctica conseguí disciplinar mis labios, mi lengua, mi dentadura, los dedos y hasta las uñas de mis pies; al uso de lápices, artilugios, pinceles, brochas y espátulas; logrando, hasta con absurdos garabatos, probar mí inadvertida presencia.

Maravillosamente entretenido en el libre pintar y en el silente arrullo de las letras pasaron decenas de años, tras los cuales acumulé conocimientos, técnicas y una cuantiosa obra pictórica; —muy querida por mi familia—, admirada por la gente del pueblo y aprovechada por los mercachifles del arte, quienes, arguyendo solo mi incapacidad encarecían el valor de mis lienzos.

Mi perenne y lisiada abstracción, alimentada por el entorno y el imparcial encanto de los sueños ha latido junto con mi gran necesidad de abrazar, asir, apretar o simplemente tocar, predisponiéndome a dejar mis obras abiertas o irresueltas.

Sin proponérmelo, propongo al público que haciendo uso de su imaginación las cierre y las resuelva. Esta tesis, añadida a la proporción áurea, al severo mensaje, a un pellizco de inspiración y al amor con el que realizo mi tarea han sido, quizás, las causas para que un escogido público aprecie mi honesta obra.

En curiosas circunstancias había llegado mi lienzo titulado "Caricias de fe” a manos de una Galería. Recibí una llamada telefónica y, días después se presentó en mi casa don Giuseppe: ruidoso personaje, que entre carcajadas, elogios y vinos exploró uno a uno mis trabajos. Al concluir su minucioso análisis, solemnemente expresó:

Una Pittura, senza denuncia
E' come un giardino senza fiori  (7)

Mezquino en rodeos y sin darse un respiro, como los que llegan de la capital, puso a mi orden su erudición en el arte además de su prestigioso espacio para exponer, según él, mi “irreverente” obra.

No demoré en aceptar la oferta. Podría ser mi gran oportunidad… Comenté con mi familia y sin reparos me alentaron. Juntos determinamos la fecha de la muestra así como los detalles de la inauguración. Y entre vinos risas y conversas, don Giuseppe, me prometió que, luego de exhibir la obra en su Galería haría uso de los magníficos contactos de su marchante socio, para presentarla en la República de China coincidiendo con las Olimpiadas de Beijing y, de regreso al país en importantes ciudades de Europa.

Esa noche la emoción me impidió soñar dormido… el enigmático París, la enmohecida Roma, la salpicada Venecia, la arabesca Alambra. Y tantos sitios de Europa, donde según los viajados, hasta los alimentos se sazonan con arte aunque después se digieran congojas.

Al siguiente día, tras un escrito rematado con mi firma en el que constaba nuestro compromiso de enmarcar la obra y trasladarla a la capital, brindamos un sencillo almuerzo. Llegaron parientes, vecinos y con elocuente vino celebramos el parloteado acuerdo. Hubo discursos, aplausos y hasta una impertinente homilía del infiltrado señor cura. Al final, don Giuseppe, después de entregarnos el dinero para los gastos de embalaje y transporte descorchó su último Brunello, inundó su copa, con el añejo néctar, la rodeó con su mano izquierda y tras brindar por todos los presentes, resuelto la arrojó sobre su hombro derecho... Extraviado en jerigonzas presagió:

Una notte poserò per tè nell' inferno (8)

Aplaudida la paranoia, con su estrepitosa carcajada, presuroso se marchó a la capital.

Catorce días después concluimos la mitad de nuestro compromiso. Aleccionada mí familia y sobre todo mis padres, para que en la misa del día domingo, el cura bendiga parte de mis cuadros, partimos al amanecer del día lunes, rumbo a lo que en principio sería mi modesto sueño: exponer mi obra en la capital.

Irrumpiendo la campiña y a través de la bruma, iniciaba el sol su magnífica presencia. Domingo, compañero de escuela, amigo y transportista de muchos años, conducía emocionado, su mimado camión. Atrás, susurraban decenas de cuadros listos para ser admirados. Yo, en el asiento contiguo no dejaba de imaginar la expresión de cientos de rostros que contemplarían a partir del jueves a mis amados retoños inspirados todos en: la madre naturaleza, la iniquidad del ser humano y el tesón de la pintora Irene Schricker. Registros de vida llenos de críticas severas nutridas por inconclusas líneas; imperceptibles contornos; difuminados tonos; lacónicos, velados o firmes colores; profundas sombras; duras o ligeras texturas; clara armonía y sugerente dirección que, incitarán en el espectador un virtual movimiento.

Ojala respiren frente a la luz y bajo el techo de quién los ame sin saber del dolor que dejará en mí su ausencia. ¿Y a cambio de qué…? De monedas que arrastrarán, quizás, desidia y soberbia. Dichosos ellos que desconocen haber sido los brazos, las manos, los dedos y las uñas que nunca tuve, que los imaginé y los imagino; que los sentí y los siento; que los soñé y los sueño; que más de una vez me lastimaron. Son los hijos que no tengo y que no tendré; pero que jamás les faltó amor, abrigo y retoque.

Domingo, personaje locuaz y lector asiduo, coincidía conmigo en muchas reflexiones que, gracias al trabajo en solitario y la cuota de letras se adquiere. Juzgábamos: el lenguaje descontrolado, la cháchara constante, la generosidad sin límite y las atronadoras carcajadas de Don Giuseppe; como preocupantes patologías dignas de una pesquisa psicológica o quizás de un gran aplauso. De la barroca bendición de los cuadros y mi tolerancia al respecto. De la astucia del señor cura al retrasarnos dos días y, sin perder las limosnas del fin de semana, colarse en el viaje.

 —Tanto fervor por los cuadros, decía Domingo, debería ir atrás olfateando su esencia—. Del ocurrente precepto del Vaticano en estos años de cuestionadas verdades, al subir a catorce los socavados mandamientos, como una hábil exhumación del viejo decálogo; Y perspicaz, decía Domingo, pues: la droga, la riqueza, el ambiente y la genética aparecen como los modernos pecados quebrantados, como de costumbre, por un puñado de necios e históricamente purgados por los bienaventurados de turno.

Coincidíamos, además, que el decreto difundido por el Obispo Girotti rebasaría todo límite de sabiduría, si se hubiesen eliminado todos, con excepción del cuarto mandamiento, pero sin limitarlo al padre y la madre, sino haciéndolo extensivo a todos los seres vivos; pues todos somos dignos de ser honrados. ¡Una inteligente sugerencia sería suficiente! lo dijimos casi en coro.

Coincidía también Domingo con mi atrevido parafraseo del poema de Goethe:

Quién exhala arte, ciencia
no bosteza en devoción.
Quién no goza tal anuencia,
se trasnoche en religión. (9)

Igualmente con mi severa actitud frente a los clérigos por el constante atropello a la incertidumbre. Con mí férrea negativa a adornar sus templos con tétricos infiernos y patéticos paraísos que pretenden alargar más aún el brazo castigador-redentor de su dogma. Y claro, como tema recurrente la gran oportunidad de exponer mi obra y mi indudable éxito en la capital y fuera del país, de concretarse, lo ofrecido por el ya célebre don Giuseppe.

De vez en cuando, interrumpíamos el trayecto y la feliz conversa, para estirar las piernas, revisar la preciada carga y compartir golosinas; pues, de cerca nos seguía la buseta conducida por mi padrino Jesús y en ella mis padres, mi hermanita Luz, mis queridos tíos, varios invitados y claro, el colado señor cura.

Habían transcurrido casi dos horas de feliz trayecto; yo, en los cortos tiempos de silencio, no dejaba de admirar los variados matices del entorno que, tras una noche de lluvia copiosa, exhibían, gracias al sol, su blancuzco aliento. Cerraba por instantes mis ojos y tras abrirlos, me deleitaba con nuevos escenarios matizados con adustos árboles y melancólicos follajes guarnecidos por millones y millones de hojas que, estremecidas por la brisa, balanceaban aún refrescantes espejos de luz.

Una extraviada mariposa avasallada por el cristal del camión alteró nuestros pensamientos y tras apuestas de resistencia, un aleteo final y su huida…: risas.

Encauzados en una curva, entramos veloces a una empinada cuesta y, a pesar del encandilador sol de la mañana, logramos divisar que en dirección contraria, un auto-tanque descendía veloz por el centro de la vía. ¡Nos miramos perplejos…! Domingo, experto en su quehacer, pero nulo ante semejante escenario, disminuyó la velocidad y activó las estridentes cornetas del camión. Fue en vano… El invisible chofer no guiaba el automotor a su derecha; nuestra confusión se tornó en angustia cuando el armatoste inició un zigzagueante avanzar y, en pesadilla, cuando tras un aparatoso chirrido constatamos que la parte posterior del descontrolado auto-tanque, tras desprenderse de su estatal esqueleto, se inclinaba perezoso evacuando su llameante carga en la vía.

La perplejidad y la quimérica esperanza de despertarnos se disfrazaron de un pálido silencio amortiguado por la espera del forzoso impacto. Inclinándome observé el retrovisor y logré divisar la buseta conducida por mi padrino que, sin sospechar siquiera del peligro, entraba a gran velocidad en la cuesta. Miré desesperado a Domingo, pero verlo, aumentó más mi angustia: su risa nerviosa, su desorbitada mirada y su lánguida expresión, me gritaba en silencio que él tampoco sabía qué hacer.

No esperé más. Sin pronunciar palabra restregué velozmente mis pies librándome así de mis zapatos, articulando mis dedos me desprendí de las medias y ya con mis pies desnudos, giré a la derecha, removí el seguro y, en acción decidida, patee la cerradura… tras varios intentos el mecanismo cedió y la chirriante puerta me invitó al vacío…
Sin reflexionar siquiera en la autofobia (10) de Domingo, me lancé…

…no sé más, todo está tan oscuro… lo único que recuerdo es una melosa ráfaga de calor que no cesa de abrazarme. Gritos de mi madre. Alaridos de Luz. Tercas sirenas. Sordas carcajadas… Y repetidos murmullos, sentenciando…:


                                               ”Tendremos que amputarle las piernas”.


(6) Cuando la fortuna te favorece, ten cuidado, porque la rueda gira.
(7) Una pintura sin denuncia es como un jardín sin flores.
(8) Una noche posaré para ti en el infierno.
(9) Wer Wissenschaft und Kunst besitzt, / Hat auch Religion; /
Wer jene beiden nicht besitzt, / Der habe Religion.
(10) Autofobia: pánico a quedarse solo.


IV Manda-miento



Y… HONRARÁS A TU PADRE Y A TU MADRE

“Omnia mea mecum porto” (11)


Mi obsesión por esquivar la vida y otras formas de alivio iniciaron su huida a partir de aquella tarde cuando transitaba nostálgico por las concurridas Ramblas.

El entretenido ir y venir de cientos de personas con aires de reunión, secuestradas por paquetes, y apuradas por llegar —¿quién sabe adónde—?, distraían por instantes mi constante depresión seguida del imprescindible cigarrillo. Tantos rostros felices..., envidiaba. Ninguno endulzará otra amarga Navidad.

Rebuscando conversación, me dirigí, curioso, a un lugar que prometía: “Paz y fortuna... Preguntando al Tarot…” Una vez adentro cambié de parecer, pero fue demasiado tarde. Una mujer, cigarro en boca, tomó mi brazo y me condujo a su sombrío cubículo. Acercó una silla, me invitó a tomar asiento y rodeando su mesa de promesas, se sentó frente a mí. Del sugerente busto, sacó un mazo de naipes y tras barajarlos, ordenó que tomara cinco. Receloso obedecí… Me disponía a preguntar qué hacía con ellos, cuando sin dejar de observarme ordenó situarlos sobre la mesa. ¡Atiza…! dijo y añadió —El Diablo, el Papa, la Templanza, el Loco y el Juicio… ¡Que extraño! Mostradme chaval tu mano izquierda.

Tomó mi mano, la observó con atención y en tono afectuoso concluyó: —Mirá moreno, si hubieses tomado los naipes del mismo lado, poseeríais valor: tus conflictos los resolveríais sin retraso; más, como las habéis agarrado desigual y en tan exótico orden, leo verdades de las que quizás no conversemos nunca. Ni bien te vi entrar percibí tu desdicha. Los naipes te desnudan y tu mano lo confirma. Me predestiné con un tío igual y te juro que fuimos felices.

No entendí nada, pero a partir de aquel instante me convertí en su feliz rehén. Abandonó los presagios y empezó a preguntar y yo, a responder. Escudriñó mi origen, mis afectos, mis congojas y con ternura respondió mis exiguas preguntas. Sin pensarlo nos encausamos en una tierna conversa, que flotó entre risillas y flirteos y encalló con una súbita invitación a su casa… Titubeé un rato, pero anhelante de compañía y hechizado por su dulzura, asentí. Dejamos el lugar y tomados de la mano nos dirigimos a la parada del metro y lo abordamos. Juguetones, como un par de adolescentes, llegamos a su piso en Cornellá, preparó cordero, improvisé una ensalada y sin dejar los halagos, las caricias y los vinos, presurosos, nos sentamos a cenar…

…desperté horas después con la algarabía de sus amigos que provistos de guitarras y ambrosías llegaban a ensalzar la más canturreada noche del año.
Elogiamos nombres, estirpes, costumbres, pasiones y más de una vez propusimos brindis por las encefálicas tías, por los taquicárdicos tíos, por las viejas pesetas, por los recios Euros, por los quinientos años y desde luego… por la constante arremetida de los sudacas. Y, a partir de las doce de la noche, intercambiamos abrazos, augurios… y desde luego más y más vino. Mi lucidez amortiguada y confusa por canturreadas jeringonzas otra vez se obnubiló…

…Sin llegar a abrir los ojos y, a pesar de la resaca. ¡Hostia… qué agradable despertar! ratificado con un beso y tonificado por refrescantes cerezas.
¿Qué más puede pedir un rehén…? Deliraba…

Entre tiernas caricias e inusitados sonrojos jugamos por fin al amor. Fantaseando dormitábamos… y traviesos despertábamos. A pesar que me sentía de maravilla, intenté dejar el lecho y retomar la realidad.
Ella, embellecida de encantos no lo permitió, tomó mi rostro lo besó repetidas veces y con generosa ternura ordenó —¡Nooo!... no te marcharás querido. Me siento muy a gusto con vos. Mirá, intentaremos un feliz embrollo, te mudarás hacia acá, juntos pasaremos nochevieja y quizás el resto de nuestras vidas… ¡Ay…! Mi chaval… Por nada os apuréis, dormíos un rato mientras voy por la compra; a mi retorno, prepararé lo que os apetezca. ¿Estamos chiquillo?…

Tras un corto susurrar de ducha, reapareció ataviada de un llano vestido color durazno que erguía más aún su misterioso aliento y en sus manos, bocadillos y una gélida cerveza. Colocó la bandeja en la cama, resguardó mis labios con un beso y canturreando un pasodoble se marchó…

…intenté dormir un rato pero no lo conseguí. Era tal el peso del sosiego que las lágrimas brotaron sin control. Me sentía tan feliz que lloraba como un niño. Jamás imaginé que intimar con una mujer resultaría tan placentero, tan relajante y tan perfecto. Siempre lo consideré como un acto vedado para mí, si no llegaba a cumplir con: ¡No se qué…! Qué reducido vivía. Descubrí también que nunca antes respiré tanta ternura; que nadie mostró tanto interés por mí; que nadie preservó mis temores; que nadie celebró con tanto afán mi presencia; que nadie me incluyó en sus planes, ni se interesó en los míos... Lloraba, reía y retozaba en el lecho. Cerré los ojos y transité por mi corta historia en busca de algo parecido… ¡No lo encontré! Lo que sí irrumpió fue una vida, asfixiada por la constante censura. Resucitó mi infancia, la ruidosa casa de mi abuela, el agitado barrio, la desidia de vecinos, la maltrecha escuela, los fugaces recreos, mis travesuras, los crueles castigos de rodillas sobre frijoles y ¡sin lágrimas! porque el tiempo se extendía… Me miré en las vegas, me relamí los alfajores, los mangos verdes con sal. ¡Oh… la sal prieta!... Reviví la perezosa risa de mi hermanita. Las peleas de mis padres, mis rabietas, mi sed de refugio, mi necesidad de caricias y mi gran amor por las antigüedades… —¡Deja esas vejeces!. —¡Las tareas primero! Imponía el tío. Una noche, tras un alboroto mi padre se marchó… Quise ir con él, Lo supliqué… y me pegaron como nunca, y yo; quedito sin llorar. A los pocos meses mi abuela sentenció: —¡Si no está mi hijo, usted sobra!

Repletos de maletas llegamos donde la tía en la capital. Setenta y siete gradas desde el taxi. Sitiados en la sala, forzados a dormir tarde y a levantarnos temprano; en el sanitario... solo diez minutos; y en la ducha, solo el sábado. Temblaba de frío, tiritaba de impotencia. Ridiculizaban mi nombre y sacudían mi apellido. Nadie me defendía. Añoraba mi clima, mi pequeña habitación, las salamanquejas, el nocturno cantar de mi abuela, sus breves caricias y los furtivos juegos en la calle.

Salía el sol y tras bajar cinco pisos, caminar treinta cuadras y acatar normas en la fría y obscura escuela; emergió mí tartamudez que mudaba a diario mis apodos. Y tras ocho horas de memorizar fechas, contestar las mismas preguntas, caminar hambriento y escalar otra vez cinco pisos, tropezaba casi siempre con la impostergable orden —¡Oye! ve a la tienda. Cumplido el mandado almorzaba en silencio y en medio de densas tareas… ¡Nuevos mandados! Y un día mi madre anunció: —A partir de mañana te ilustrarán en la Iglesia. En un mes recibirás la primera comunión… Y así fue: Veinte tardes de lo mismo. ¡Qué historias me refirieron! ¡Qué castigos me anunciaron! ¡Qué mandatos me obligaron recitar…! Hasta que llegó el temido viernes cuando un fétido aliento buceó perverso en mis oídos escudriñando más deslices y regodeándose con el asco que le causaba sus libidinosas preguntas. Decepcionado por mis leves cuitas, con apuro sentenció: —Treinta, de ni se qué, quince, de ni sé cuánto y diez, de ni sé que más. Mientras borroneaba en el aire un garabato de cruz, enojado ordenó: —¡Qué se arrodille el próximo! Y llegó por fin el sábado blanco. Y mí oído se embromó: —Despierta “hijito” levántate aprisa, que por fin recibirás al padre Dios.

Pasando saliva mientras todos desayunaban recalentadas sobras, fantaseaba: ¿Llegará el desobediente papá…? Y, al instante, mientras la perfumada mano de mi tía me estiraba; la rechoncha mano de mi madre me peinaba con saliva; así, en estampida llegamos a la anesteciante Iglesia. De la tal comunión… solo recuerdo: el bullicio, los insoportables zapatos y la corbata que apostaba por mi ayuno. ¡Ah! y un millar de recuerdos que un abultado señor puso en mis manos. Lo que no olvido, es cuando mi madre solemnemente untada de una pasión insólita , soltó la mano del obeso, me rodeó con su cartera y generosa como nunca, estampó en mi mejilla, un desmayado y estreñido beso. Y cómo olvidar la parentela que después del agrio sainete batallaba por conseguir un recuerdo… De montón en montón los regalé todos. Solo guardé uno: el de un señor bastante delgado con sombrero de espinas y aires de rebelde. En desbandada retornamos a casa y tras una nube de invitados, un presuntuoso brindis y un graso almuerzo empezó el bailoteo y los gritos de salud, salud. — Qué viva el santito. —Qué viva la dueña de casa… Al amanecer… se fueron todos, solo se quedó él señor de los recuerdos. Mi hermanita y yo a dormir en un closet.

Desterrado el inmaculado día, arribó el lunes y con el, “los aciagos gritos”. ¡Oye!, deja de soñar… y acompáñame donde la costurera. Y un nuevo grito para los domingos —¡Ve a la Iglesia! Ve con tu hermana. ¡Ah! y no olvides comulgar.

Y al concluir la escuela ingresé a la secundaria y a otro sufrimiento —¿Eres tartamudo? ¿O te gusta que te atiendan todo el día? Y en el tal deporte —¡Patea como macho! —¡Apúrate! —¡Levántate! —¡Retrásate...! Hasta que otra vez mi madre barajó mi vida. —¡Al fin nos vamos…! Mi amigo me consiguió un trabajo en el Oriente.

Arrancado de mis antigüedades, viajamos toda la noche y allá fue peor. Encerrados en dos cuartuchos, repelidos a diario por el amante-jefe, amenazados en la calle, por su “legítima” esposa y excluidos en la escuela nos resignamos sumisos a las nuevas voces: —¡Dedíquense a estudiar! —¡Vayan a la misa! —¡Regresen enseguida!. No se queden en el parque. Y al volver... —¡Silencio! Intento escuchar el fútbol. Hasta que un día sonreí de verdad… Mi madre, abultada de misteriosa bondad, nos obsequio un hermanito… Qué ternura inspiraba; qué respeto exigía. Cómo su inmensa paz, invitaba al silencio... Tanto, que hasta los gritos se adornaron de ternura.
Pero una lluviosa tarde de viernes enfermó…

Rechazados en el hospital, su padre ahogado en alcohol y sin ahorros en la azucarera… Obedecí: —Asegura bien la puerta, empeñaré la tele e iremos a la capital…

Tras ocho horas de incesante llanto en el destartalado autobús, el niño murió en mis brazos y al llegar..., ahogados entre lamentos, mirones y preguntas, la policía secuestró el cadáver.

Enmudecidos fuimos donde la tía y a la mañana siguiente lo rescatamos en una cajita blanca que después entre alaridos y abrazos la obscurecimos con tierra. Hastiados de lamentos y prohibidos hasta de llorar, retornamos con reprimendas y gritos a los húmedos cuartuchos. Ahí, se le acabó a mi madre su amante y al siguiente día… se le acabó... Su trabajo.

Suplicantes regresamos donde la tía y tras un mes de audiencias gritos y mandados; estrené nuevo colegio y claro… nuevos apodos. Y se reanudaron los gritos —Ve a la tienda. —Deja las antigüedades en paz, o las arrojo por la ventana. Y así entre sueños geografía, tartamudeos y mandados, pasaron, sin sentir, los semestres hasta que un día escuché la gran idea, hipotequen el terreno de la costa y emigren. Qué felicidad la mía —¡No!, tú te quedas, cuidas a tu hermana. —¡Y!... tendrás que trabajar.

Se marchó y nos quedamos con la tía y con las infaltables vecinas. Y los meses devoraron los días, hasta que el cartero barajó la rutina; trajo consigo el pasaje para mi hermanita y... en la noche la llamada: —Ayúdala con los documentos, acompáñala al aeropuerto. Ah… Escucha . Tu tía te tiene ya un trabajo en el Ministerio. ¡Obedecerás! No me harás quedar mal. Y.. Que Jehová te bendiga…

Al fin un respiro: mi madre y mi hermana lejos y la tía en las nubes. Mi salario de burócrata me consentía, pero el cinismo me enervaba. Labores de un día, había que hacerlas en una semana… Al protestar me “instruían” —“Serénate guambra… ¿Intentas dejarnos sin trabajo…?

Sumergido en olas de tedio, ociosidad e hipocresía, en un mar de fariseos mezquinos y corbatas empecé a contaminar, yo también, el pelotón de la desidia, a comprar libros viejos y sin darme cuenta hasta empecé a fumar.

En momentos de soledad declamaba en alta voz las cuartetas de Nostradamus… No las entendía, pero si logré corregir mi tartamudez.

“…Le divin verbe sera du ciel frappé,
qui ne pourra proceder plus avant:
du reserrant le secret estoupé,
qu'on marchera par dessus & devant…” (12)

Desnudo frente al espejo, algo me chocaba. Algo no estaba bien. Quería ser otro… Nacer otra vez… En un gimnasio, trabajé mi cuerpo y tras un año de transpiración, euforia y espejos, por fin lo esculpí… Pero un sábado de deliciosa soledad el cartero enfadó la rutina: llegó con mi pasaje… Redactaron mi renuncia y… la firmé. Obtuve el pasaporte, preparé mi equipaje y henchido de encargos, curiosidad y temores desfilamos al aeropuerto. —¡Ahí dejo mis deseos y mis libros, tía…!

Y... por fin en las auténticas nubes ¡Qué horizonte! ¡Qué respiro…! Que atenciones… —¿Está todo bien señor…? —¿Prefiere otra almohada señor? —¿Otra cobija señor? Y… tras un corto regodeo de solvencia y seguir a un rebaño de insolventes, encontré a mí otra tía: —Bienvenido sobrino... Pero... ¡Qué majo estás…! —Vamos a casa, descansa, pues viajarás en el tren de la noche, tu hermana te espera mañana, rentó un piso y hasta tiene un empleo para ti.

Así lo dijo… y así se hizo. Martillados mis oídos con nueve horas de tracatá y tracatá y mi cerebro confuso por el graffiti de la estación: “Necios: Parad el atropello a la incertidumbre, llegué casi sordo a la extraña ciudad. Y en el andén, mi hermanita y en su mano: su blabláfono —Hola ñañito, mamá te quiere hablar —¡Hola chaval…! Por fin en Barcelona ¡eh…! No fui a recibirte, puezz... mañana leeré en el templo; Te veré cualquier fin de semana ¿Estamos? ¡Ah! Que Jehová te bendiga…

Atorado por sobresaltos, pesadillas y rezongos del vecindario, dormité todo el día, hasta el anunciado ingreso como aprendiz de cantinero; buena paga, gente extraña pero humo a morir.

Entretenido en el lavado de copas, reparto de cañas, tintineo de tragaperras y aseo del lugar; sobrellevé los adormilados días, las lluviosas semanas y los venteados meses. Solo los domingos, entretenía mis preguntas con algo de lectura o paseos por la ciudad acicalada de indiscutibles antigüedades.

Al salir del otoño, me quedé solo; mi hermanita se marchó a visitar a mamá y yo, a diferir por treinta días mi deber de sazonar. Fue en ese tiempo de malestar y hastío cuando otra vez se barajó mi vida, sucedió una noche de sábado, cuando escuché la ronca jerga de un marroquí, que disfrazado de rebelde entró a la taberna. Me llamó tanto la atención que sin reparos atendí su charla, convirtiéndome, desde ese instante, en su diario pañuelo: miércoles, quejas por el maltrato de su esposa; jueves, lágrimas por lo que las mujeres son y no son; viernes, sermones y préstamos… Y una equívoca madrugada, delirante en soledad, se coló en el piso; que amaba mi compañía, —dijo—. ¡Juzgo mi error! Me supo... a confesionario. Y, continuaron sus recreos… y mi torpe compasión. —“Solo quiero lidiar la noche…” —Decía.
Al retornar mi hermanita, sacó sus cosas y sin palabras, se mudó. Tres días después, apareció mi madre con un apocalíptico pastor, me leyeron las “Camorras” de Sodoma y con plegarias clamaron por mi perdón. Consolando mi homofobia (13); la injurié… Aliviando su esquizofrenia; me golpeó. —Que Satanás te purgue en su antro y que Jehová se apiade de tu alma —dijeron al marcharse—. Hasta el día de hoy no he hablado con ella..., Peor aun con mi hermanita.

El vividor se marchó, pues le nació otra hija de su “amargo” matrimonio. Abandoné el piso y me mudé a una pensión. Ayer salí a llenarme de gente y hoy despierto en brazos de esta dulce mujer…

Extinguidas mis lágrimas, sosegado y en paz, intenté dormir un rato… pero el repicar del teléfono me interrumpió: ¡Aló! aló, contesté temeroso. —¡Hola chiquillo —¡Levántate! —¡Dúchate! —¡Vístete! —Cierra todo y baja, que pasamos por ti en cuarenta minutos… —Es que... Luego de ir al mercadillo, crucé al cotilleo con mi familia, sabes... Ahora todos quieren conocerte. —Y... abrígate que el frío pela… —Un beso… —¡Ah! y baja también la bombona del butano… —¡Estamos!

Abandoné el lecho, me vestí, tomé un papel y anoté:

Las últimas veinte y cuatro horas, han sido las únicas de mi vida… Gracias. A partir de este instante, haré lo que en mi interior resuelva.

Un beso… Tu chiquillo.

En el cenicero al salir del ascensor arrojé casi intacto el paquete de cigarrillos, junto a la vetusta estampa; recuerdo de la tal...        

Comunión.


11 - Llevo todo lo mío conmigo.
12 - El verbo divino será herido desde el cielo, / quien no podrá seguir mas adelante:
del atacado el secreto eliminado, / que se caminará por encima y por delante.
13 - Homofobia: pánico a los homosexuales.