I Manda-miento



Y… ADORARÁS Y AMARÁS A DIOS 
SOBRE TODAS LAS COSAS

“Tímeo hóminem unius libri” (2)



¿Por qué siempre sospeché, que más temprano que tarde, me darías la espalda…?

Salvo por el maldito insomnio, mis constantes jaquecas, mi selenofobia (3) y el miedo a envejecer...: lucía feliz. Anteayer, tras un ininterrumpido silencio, mi leal oyente y gran alegría, dejó de respirar. A pesar que imploré que la asistieras Tú, privándome del goce de encanecer lentamente a su lado… ¡Te la llevaste!

Dos años hace que en Tú nombre golpearon mi puerta. Sin reparos contesté. Socorrí a cientos de niños afectados de leucemia por allá en un país del cuarto mundo.

Cuatrocientas quince lunas me han atormentado desde que permitiste que a mi hijo adoptado lo secuestren y, a pesar de haber cubierto el rescate, lo desaparezcan. Él nunca dejó de ir al templo, a escuchar de mí tu palabra. Sospechando que se trataba de una prueba, aguardé… Meses después, exhumadores de nostalgias, minimizaron mi ofrenda… ¡Pasaban de cien! las viviendas que entregué a familias inmigrantes, garantizando inclusive la educación de sus hijos en la congregación que Tú mismo me iluminaste fundar.

Cuatrocientos quince insomnios… sumando pecadores rumbo al paraíso... y Tú, olvidando mis ofrendas... no me devuelves mi hijo.

¿He logrado paz por entretener con tu palabra los últimos treinta años?

¿Qué he obtenido de que los medios elijan mi prédica como la más influyente, solo porque mi discurso, que de ningún modo fue sectario, favoreció la llegada al poder, al que Tú mismo me inspiraste promover en mis sermones como el mejor...? Hasta él me dio la espalda. ¡No llegó al funeral!

Me provocan risa los supuestos virtuosos, pues una cosa esperaba yo de Ti, otra de tus insoportables ovejas, otra muy distinta de los impertinentes que, solo cuando precisan intrigar, escriben sobre mí; ni qué decir de los lenguaraces y peor aún los legalistas que me han utilizado solo para apuntalar sus deshonestos planes. ¡Ninguno sosegó mi llanto!

Durante el sepelio cerré mis ojos y sin haber pensado en la mujer que me alumbró, me vi otra vez de rodillas junto a ella, consolando con desesperación sus fingidos lamentos. Yo con apenas ocho años, no entendía como Tú permitiste que mi padre se suicide, cuando él siempre te tuvo como gran terapeuta y mejor escondite. Y nunca entendí como mi madre, tras culparnos de su mala estrella, abandone por días el hogar, dejando de lado la atención de mis hermanos; obligándome a entretener sus frágiles y tiernos espejismos; y, con la lectura del obeso libro, que alguien olvidó en casa, anestesiarlos; refugiándome yo también en fantasmagóricas pesadillas saturadas de amenazas, desamores, juicios y condenas.

Por fin ayer, mientras cubrían el féretro de mi amada, advertí que fue en esos truculentos deberes, cuando se engendró en mí, la euforia de atropellar incertidumbres, hasta convertirme en refugio, esperanza y columpio de salvación y no, como a menudo he sermoneado, que fue el Espíritu Santo el que en una jadeante pesadilla me exhortó. He mentido siempre sobre mi espiritualidad, recitando que el aval de proliferación engendrado en el primer capítulo de la “Buena Nueva” fue el que me motivó para amarte y glorificarte, cuando lo que en realidad sucedió fue que pretendiendo legitimar lo ilegítimo, legitimé solo mis miedos. Así, macerándome también en sutiles lecturas y remolinos de salvación, descuidé el pensar; y abanderando el creer: me perdí. Arrogante por la sumisión y embriaguez de mis fieles, entreví la posibilidad de participar del efecto multiplicador del diezmo y sumando miserias me eclipsé.
No volveré a atropellar. Lo juro por mis nuevos devotos.

Esgrimiendo la verdad me juzgo libre… y libre confieso que el perezoso cerebro de mi rebaño fue el que me encumbró al lugar donde estoy; y, a pesar de que he obtenido todo lo que cualquier cometa fantasea, me veo al borde de un abismo. Jamás percibí lo esencial que era mi compañera... hasta que calló. Tú pudiste evitarlo... ¡Tú debiste evitarlo!... No me someteré a la empalagosa disculpa con la que muchas veces consolé, “Que tus caminos son insondables”… Y lo que dijiste a Job, hoy te lo digo: “Hasta aquí llegarás y no pasarás, ahí se romperá la soberbia de tus olas”.

Renuncio a tus certezas y me entrego al misterio. ¡Qué alivio…! Se acabó por fin el urdido discurso y el disfraz semanal. Siento gran angustia por mis antiguos devotos; pues, se les desmoronará el pedestal que ellos mismos construyeron bajo sus pies, encofrándolo con sueños, privaciones y codicia de vida eterna y que se mantenía en pie gracias a mi discurso semanal.

Insalvable a los más elementales apegos, demando el soporte que noche a noche encontraba en el regazo de mi amada…

…Dócil encarnaría en cualquiera de mis atropellados corderos, suplicando por alguien que, con el misterioso encanto de otros libros y otra prédica, me entretenga; más, no es fatua retórica decir que jamás encontraré...


...entreteniendo... Yo fui la mejor.



(2) Le temo al hombre de un solo libro.
(3) Selenofobia: pánico a la luna.