Y…
SANTIFICARÁS LAS FIESTAS
“Cum fovet fortuna, cave, namque rota rotunda” (6)
A pesar de haber nacido sin
brazos, mi habitual travesura fue manchar y mi mayor anhelo empezar a pintar. Cuentan
que con un trozo de carbón en la boca o sujetándolo con mis pies realizaba mis primeros
y torpes trazos. El suelo, los muros y enseres de mi modesto hogar fueron mis
primeros soportes, mudos testigos de diarios fracasos e insignificantes logros.
Ya adolescente,
mucho más resignado al abrazo de múltiples frustraciones, con esfuerzo, perseverancia
y años de práctica conseguí disciplinar mis labios, mi lengua, mi dentadura,
los dedos y hasta las uñas de mis pies; al uso de lápices, artilugios, pinceles,
brochas y espátulas; logrando, hasta con absurdos garabatos, probar mí
inadvertida presencia.
Maravillosamente
entretenido en el libre pintar y en el silente arrullo de las letras pasaron
decenas de años, tras los cuales acumulé conocimientos, técnicas y una
cuantiosa obra pictórica; —muy querida por mi familia—, admirada por la gente
del pueblo y aprovechada por los mercachifles del arte, quienes, arguyendo solo
mi incapacidad encarecían el valor de mis lienzos.
Mi perenne y
lisiada abstracción, alimentada por el entorno y el imparcial encanto de los
sueños ha latido junto con mi gran necesidad de abrazar, asir, apretar o
simplemente tocar, predisponiéndome a dejar mis obras abiertas o irresueltas.
Sin
proponérmelo, propongo al público que haciendo uso de su imaginación las cierre
y las resuelva. Esta tesis, añadida a la proporción áurea, al severo mensaje, a
un pellizco de inspiración y al amor con el que realizo mi tarea han sido,
quizás, las causas para que un escogido público aprecie mi honesta obra.
En curiosas circunstancias
había llegado mi lienzo titulado "Caricias de fe” a manos de una Galería. Recibí
una llamada telefónica y, días después se presentó en mi casa don Giuseppe:
ruidoso personaje, que entre carcajadas, elogios y vinos exploró uno a uno mis
trabajos. Al concluir su minucioso análisis, solemnemente expresó:
Una Pittura, senza denuncia
E' come un giardino senza fiori (7)
Mezquino en
rodeos y sin darse un respiro, como los que llegan de la capital, puso a mi
orden su erudición en el arte además de su prestigioso espacio para exponer,
según él, mi “irreverente” obra.
No demoré en
aceptar la oferta. Podría ser mi gran oportunidad… Comenté con mi familia y sin
reparos me alentaron. Juntos determinamos la fecha de la muestra así como los
detalles de la inauguración. Y entre vinos risas y conversas, don Giuseppe, me prometió
que, luego de exhibir la obra en su Galería haría uso de los magníficos
contactos de su marchante socio, para presentarla en la República de China coincidiendo
con las Olimpiadas de Beijing y, de regreso al país en importantes ciudades de
Europa.
Esa noche la
emoción me impidió soñar dormido… el enigmático París, la enmohecida Roma, la salpicada
Venecia, la arabesca Alambra. Y tantos sitios de Europa, donde según los
viajados, hasta los alimentos se sazonan con arte aunque después se digieran
congojas.
Al siguiente
día, tras un escrito rematado con mi firma en el que constaba nuestro
compromiso de enmarcar la obra y trasladarla a la capital, brindamos un
sencillo almuerzo. Llegaron parientes, vecinos y con elocuente vino celebramos
el parloteado acuerdo. Hubo discursos, aplausos y hasta una impertinente homilía
del infiltrado señor cura. Al final, don Giuseppe, después de entregarnos el
dinero para los gastos de embalaje y transporte descorchó su último Brunello,
inundó su copa, con el añejo néctar, la rodeó con su mano izquierda y tras
brindar por todos los presentes, resuelto la arrojó sobre su hombro derecho...
Extraviado en jerigonzas presagió:
Una notte poserò per tè
nell' inferno (8)
Aplaudida la
paranoia, con su estrepitosa carcajada, presuroso se marchó a la capital.
Catorce días
después concluimos la mitad de nuestro compromiso. Aleccionada mí familia y
sobre todo mis padres, para que en la misa del día domingo, el cura bendiga
parte de mis cuadros, partimos al amanecer del día lunes, rumbo a lo que en
principio sería mi modesto sueño: exponer mi obra en la capital.
Irrumpiendo la
campiña y a través de la bruma, iniciaba el sol su magnífica presencia.
Domingo, compañero de escuela, amigo y transportista de muchos años, conducía
emocionado, su mimado camión. Atrás, susurraban decenas de cuadros listos para
ser admirados. Yo, en el asiento contiguo no dejaba de imaginar la expresión de
cientos de rostros que contemplarían a partir del jueves a mis amados retoños
inspirados todos en: la madre naturaleza, la iniquidad del ser humano y el
tesón de la pintora Irene Schricker. Registros de vida llenos de críticas
severas nutridas por inconclusas líneas; imperceptibles contornos; difuminados
tonos; lacónicos, velados o firmes colores; profundas sombras; duras o ligeras texturas;
clara armonía y sugerente dirección que, incitarán en el espectador un virtual
movimiento.
Ojala respiren
frente a la luz y bajo el techo de quién los ame sin saber del dolor que dejará
en mí su ausencia. ¿Y a cambio de qué…? De monedas que arrastrarán, quizás,
desidia y soberbia. Dichosos ellos que desconocen haber sido los brazos, las
manos, los dedos y las uñas que nunca tuve, que los imaginé y los imagino; que
los sentí y los siento; que los soñé y los sueño; que más de una vez me
lastimaron. Son los hijos que no tengo y que no tendré; pero que jamás les faltó
amor, abrigo y retoque.
Domingo,
personaje locuaz y lector asiduo, coincidía conmigo en muchas reflexiones que,
gracias al trabajo en solitario y la cuota de letras se adquiere. Juzgábamos:
el lenguaje descontrolado, la cháchara constante, la generosidad sin límite y
las atronadoras carcajadas de Don Giuseppe; como preocupantes patologías dignas
de una pesquisa psicológica o quizás de un gran aplauso. De la barroca
bendición de los cuadros y mi tolerancia al respecto. De la astucia del señor
cura al retrasarnos dos días y, sin perder las limosnas del fin de semana,
colarse en el viaje.
—Tanto fervor por los cuadros, decía Domingo, —debería ir
atrás olfateando su esencia—. Del ocurrente precepto
del Vaticano en estos años de cuestionadas verdades, al subir a catorce los
socavados mandamientos, como una hábil exhumación del viejo decálogo; —Y
perspicaz, decía Domingo, pues: —la droga, la riqueza, el ambiente y la
genética aparecen como los modernos pecados quebrantados, como de costumbre,
por un puñado de necios e históricamente purgados por los bienaventurados de
turno.
Coincidíamos, además, que el
decreto difundido por el Obispo Girotti rebasaría todo límite de sabiduría, si
se hubiesen eliminado todos, con excepción del cuarto mandamiento, pero sin
limitarlo al padre y la madre, sino haciéndolo extensivo a todos los seres vivos;
pues todos somos dignos de ser honrados. ¡Una inteligente sugerencia sería
suficiente! lo dijimos casi en coro.
Coincidía también Domingo
con mi atrevido parafraseo del poema de Goethe:
Quién exhala arte, ciencia
no bosteza en devoción.
Quién no goza tal anuencia,
se trasnoche en religión. (9)
Igualmente con
mi severa actitud frente a los clérigos por el constante atropello a la incertidumbre. Con mí férrea negativa a adornar sus templos
con tétricos infiernos y patéticos paraísos que pretenden alargar más aún el
brazo castigador-redentor de su dogma. Y claro, como tema recurrente la gran oportunidad
de exponer mi obra y mi indudable éxito en la capital y fuera del país, de
concretarse, lo ofrecido por el ya célebre don Giuseppe.
De vez en cuando,
interrumpíamos el trayecto y la feliz conversa, para estirar las piernas,
revisar la preciada carga y compartir golosinas; pues, de cerca nos seguía la
buseta conducida por mi padrino Jesús y en ella mis padres, mi hermanita Luz,
mis queridos tíos, varios invitados y claro, el colado señor cura.
Habían
transcurrido casi dos horas de feliz trayecto; yo, en los cortos tiempos de
silencio, no dejaba de admirar los variados matices del entorno que, tras una
noche de lluvia copiosa, exhibían, gracias al sol, su blancuzco aliento.
Cerraba por instantes mis ojos y tras abrirlos, me deleitaba con nuevos
escenarios matizados con adustos árboles y melancólicos follajes guarnecidos
por millones y millones de hojas que, estremecidas por la brisa, balanceaban
aún refrescantes espejos de luz.
Una extraviada
mariposa avasallada por el cristal del camión alteró nuestros pensamientos y
tras apuestas de resistencia, un aleteo final y su huida…: risas.
Encauzados en
una curva, entramos veloces a una empinada cuesta y, a pesar del encandilador
sol de la mañana, logramos divisar que en dirección contraria, un auto-tanque
descendía veloz por el centro de la vía. ¡Nos miramos perplejos…! Domingo, experto
en su quehacer, pero nulo ante semejante escenario, disminuyó la velocidad y
activó las estridentes cornetas del camión. Fue en vano… El invisible chofer no
guiaba el automotor a su derecha; nuestra confusión se tornó en angustia cuando
el armatoste inició un zigzagueante avanzar y, en pesadilla, cuando tras un
aparatoso chirrido constatamos que la parte posterior del descontrolado auto-tanque,
tras desprenderse de su estatal esqueleto, se inclinaba perezoso evacuando su llameante
carga en la vía.
La perplejidad y
la quimérica esperanza de despertarnos se disfrazaron de un pálido silencio amortiguado
por la espera del forzoso impacto. Inclinándome observé el retrovisor y logré
divisar la buseta conducida por mi padrino que, sin sospechar siquiera del
peligro, entraba a gran velocidad en la cuesta. Miré desesperado a Domingo,
pero verlo, aumentó más mi angustia: su risa nerviosa, su desorbitada mirada y
su lánguida expresión, me gritaba en silencio que él tampoco sabía qué hacer.
No esperé más.
Sin pronunciar palabra restregué velozmente mis pies librándome así de mis zapatos,
articulando mis dedos me desprendí de las medias y ya con mis pies desnudos,
giré a la derecha, removí el seguro y, en acción decidida, patee la cerradura…
tras varios intentos el mecanismo cedió y la chirriante puerta me invitó al
vacío…
Sin reflexionar
siquiera en la autofobia (10) de Domingo, me lancé…
…no sé más, todo
está tan oscuro… lo único que recuerdo es una melosa ráfaga de calor que no
cesa de abrazarme. Gritos de mi madre. Alaridos de Luz. Tercas sirenas. Sordas
carcajadas… Y repetidos murmullos, sentenciando…:
—”Tendremos que amputarle las piernas”.
—”Tendremos que amputarle las piernas”.
(6) Cuando la
fortuna te favorece, ten cuidado, porque la rueda gira.
(7) Una pintura
sin denuncia es como un jardín sin flores.
(8) Una noche
posaré para ti en el infierno.
(9) Wer
Wissenschaft und Kunst besitzt, / Hat auch Religion; /
Wer jene beiden
nicht besitzt, / Der habe Religion.
(10) Autofobia:
pánico a quedarse solo.