V Manda-miento


Y… NO MATARÁS

 “Stultorum infinitus est numerus”  (14)


A Carlos Patricio N

¿Desatino o destino…? ¡Jamás lo sabré! Escéptico, recuerdo aquella mañana de diciembre, cuando al retornar del aeropuerto despidiendo a mi madre, fui en busca de mis amigos en los alrededores del tribunal taurino. Ahí los encontré: matando el tiempo en risotadas y conversas, entreteniendo su infortunio, su atropellada incertidumbre y su innegable necesidad de buen ejemplo y cariño. Actores como el que más… y, por sus atolondrados libretos, merecedores insignes de sus certeros apodos: Lucas, el despierto; Carlos, el devoto; Luís, el descuidero; Fernando, el peache’d; Samuel, el deportado y Jorge, el impostor.

Al calor del fiestero entorno y del vino barato, reflexionamos como en la mini plaza roja; y, ahora, con indultos amarillos se intercambian las motejadas clases, pues la bautizada “alta” se atrinchera cerca de los burladeros y a los pies de la apodada “baja”. El despierto Lucas sentenció: —¡Simple…! necesitan estar cerca del dolor. Llegado el medio día, las calles escasas ya de vehículos, cedían sus baches a grupos de jóvenes ansiosos de pases y chicuelinas y a cientos de burócratas de tercera, —los de segunda ya estaban adentro—, que escapándose de sus reductos y sin “loncharrr” aún, llegaban ya sin corbata, a afinarse ellos también con los sicarios de la fiesta brava.

El deportado capoteando la imaginación, falló: —Sería verdaderamente brava si “el diestro” saldría al ruedo vistiendo tan solo su acuosa taleguilla.

A la voz de ¡salud! celebramos con risas, su acertado tercio. Expertos en paseíllos y eruditos en el argot taurino, reprochamos la soberbia del amorfo público, que con tal de que le entretengan, aplaude hasta lo que no entiende; por otra parte el noble y burlado animal, que fiel a su instinto, sufre el último engaño del “sagrado rito”, lejos de la cornamenta empresarial; y, mas lejos aún, de la novelería del susodicho, que responde solo a su necesidad de sangre y circo, haciendo gala de íberos disfraces y orgásmicos… ooolés; y, desde luego, la insolencia, de taurómacos defensores a ultranza del “arte de la lidia” dizque para que no se extingan los genes bravos.

El devoto, condenó muy indignado la picardía del Buró Eclesiástico, qué desde hace cincuenta años, alquila al hijo de su Intercesora, con el talante de Señor del Gran Poder, para tan “magna” liturgia.

El despierto censuró la torpeza del Buró de Salud y del Municipal por permitir que más de sesenta mil libras de carne vapuleada desde antes de nacer y en salsa de adrenalina, se consuma como “alimento”.

 El peache’d cambiando de tercio banderilleó: —Como reza la teutona ley, bien llamada: 

Rindfleischetikettierungsüberwachungsaufgabenübertragungsgesetz (15).

Los vacunos destinados para la burla son forzados a un estricto régimen alimenticio que les imposibilita desarrollar sus particulares sudores hedores y anticuerpos y gracias a su engrandecido potencial zoonósico sufren de: criptosporidiosis salmonelosis paratuberculosis listeriosis y campilobacteriosis…
Todos, con respeto, inclinamos las cabezas.

Entre vinos, desafueros, tientas y muletillas se nos fue el rebaño con sus abanicos; se fueron los matarifes con orejas en los bolsillos; se fue de paseíllo, el séquito funeral; se fueron los jueces a lavar pañuelos; se fueron hechos carne los asesinados primos; se fueron en suerte vendedoras con monosabios; y a nosotros, sin sentir, se nos fue la tarde.

Al arribar la noche con un nuevo cartel y ensopados ya en una nueva manzzzanilla continuaron las gratas cosmologías, hasta que llegó el Buró Policial a iniciar su odiosa lidia. Inquietos por quedarnos sin carcajadas, acordamos que después de merodear las turbas de afuereños que “empasillados”, alardean solo esas noches, la fundación de su ya apropiada ciudad; nosotros, los siete afectos, sin pedir permiso a nadie, torearíamos la noche, en los tactos de la Casa de la Coyuntura y después… donde el descuidero del Luís.

Transitando y zapateándonos forasteras nenas, por los suburbios de la urbe ataviada ya de rumbas y alcohol, llegamos a los agachaditos en la maloliente y humosa vía de Los Conquistadores. Allí, mientras calmábamos el hambre, el deportado Samuel reprochó: —¡Qué asco! ¿Cómo pueden engullir revoltijos condimentados con polvo y gases de vehículos? Y arrugando el ceño agregó… —¿Cómo el Buró de Salud, el Buró Municipal y el Buró del Ambiente, permite la venta de pestilentes vísceras, verdes guatitas, grises arroces y agrios brebajes … Dónde ni siquiera hay agua potable...? Y sacando de su mochila zanahorias, bananos y su infaltable ampolla con agua, feliz dio cuenta de su cena.

Disonante y sin dejar de masticar el el peache’d declaró: —Los alimentos y adobos expuestos a las flatulencias de los automotores; así como los cárnicos, mondongos y pellejos cocidos a la brasa, generan benzopirenos promulgados por los sabios de la OMS como hidrocarburos policíclicos aromáticos y perjudicialmente canceríg… ¡Se calló…! puso en manos del devoto su estofado de morongas con riñones y embutido de precoz incontinencia, se encaminó apresurado atrás de un fétido y enojado árbol.
Todos, en silencio, inclinamos las cabezas y en coro soltamos una carcajada.

Untados de tripamishque, millonarios en triglicéridos y hartos de colesterol, dejamos raudos el lugar, pues aprovechando que el impostor del Jorge, asesoraba en técnicas de copia, al futuro bachiller, hijo de la vendedora, el descuidero del Luís se apropió del oxidado balde de las choclotandas. Entre algazaras reprimendas, camuflaje del recipiente y la urgencia de comprar cigarrillos y otras ambrosías, renunciamos a seguir en las calles y buscamos abrigo.

El descuidero del Luís, anidaba furtivo en dos cuartuchos muy cerca del leprocomio, al que huyendo del frío llegamos felices y, felices nos ubicamos a continuar con las risas y compartir un descanso. Casi todos, con los padres en Europa, éramos pájaros jubilados con mucho tiempo y divisas. Yo, habitaba desde siempre con la socióloga de mi tía. Mi madre explotada de sol a sol en los campos de España, vivía renegando de su ex burócrata presente solo en las sábatinas madrugadas de mi infancia, cuando en compañía de sus lascivos amigotes y al grito de maricón, me incitaban a beber sus menjurjes y después, ya embriagados, reprochaban con repugnantes ofensas mi negativa de hacerlo.

El cuchitril del Luís, era un total desbarajuste: computadoras, motores, sierras, llaveros, ganzúas, limas y limones, todo era robado, incluida la señal del cable-tv. Provistos de café importado, suficientes blancos y licor bendito, continuamos con las charlas, los naipes y la programación porno. Entrada ya la madrugada, casi todos roncaban en improvisados colchones, al tiempo que el deportado y yo, barajando nostalgias fumábamos en santurrón silencio, mientras chamuscábamos entrometidas cucarachas. La necesidad de afecto y la cercanía de los cuerpos nos produjeron una extraña sensación. Recibimos confundidos los primeros rayos del sol.

Entre desperezos, risas y música racional, disfrutamos felices el cervecero desayuno seguido de infaltables chistes de alcoba. Más tarde y con nuevos extractos, empezaron a brotar los desafectos, las frustraciones, las ausencias y, en casi todos, el llanto.

Interrumpiendo el barullo y convocándonos a hacer algo por nuestro país, el deportado Samuel propuso y todos convenimos que, para la muerte del año, fabricaríamos siete muñecos que encarnarían la ineficaz burocracia que nos abruma; para que al quemarlos, humeen también nuestras desgracias. Que lo mendigado por las viudas sirva para comprar al devoto del Carlos, su tan anhelada guitarra y que el sobrante lo fumaríamos en las rumbas de la playa.

El despierto, anotó: —El Buró Municipal, el Buró de Bomberos, el Buró de Salud, el Buró del Ambiente o por lo menos el Buró Mediático que premia al mejor muñeco, deberían frenar la espantosa polución que contamina el último día del año y acelera la muerte del moribundo asfalto; —Y... ¿Cómo? comprando los monigotes o canjeándolos por útiles escolares Todos celebramos la idea y acordamos que terminado el velatorio, guardaríamos los escurridos burócratas para exhibirlos el año siguiente pues, faltaba mucho para que la burocracia se pellizque y mucho más para que humeen nuestras desgracias.

Interrumpiendo pedante el solemne acuerdo, el peache’d pregonó: —El asfalto compuesto con diesel, queroseno, nafta, tolueno y xileno al ser excitados por la combustión causada por dos millones doscientos veinte y dos mil hogueras del país, introduce vapores nocivos al hígado, riñones y sistema nervioso, liberando gases de sulfuro de hidrógeno, sublevando los pulmones y, en condiciones específicas bronquiales, concluye irritando la tráquea, esponjando la próstata y el páncreas en procesos de carácter anatomopatológico seguida de la asfixia y el sobrevenir de la irremediable muerte.
Todos, en silencio, inclinamos las cabezas.

Convocados por las farras y la inexplicable ausencia de los profes, arribamos por fin, al treinta de bebiembre. Entretenidos con las infaltables bielas, empezamos a fabricar los encorbatados muñecos que, sentadotes en estrafalarios escritorios, simulaban trabajar, pero lo que hacían era chatear todo día. Lo rotulamos: SICARIOS DEL TIEMPO AJENO”. Llegada la noche y en compañía del deportado Samuel, nos retiramos a casa con el propósito de definir nuestros disfraces. Con mi tía coqueteando en la provincia, usaríamos de su guardarropa, todos los atuendos necesarios para esgrimir nuestra condición de mendigantes viudas, en la última noche del agonizante año.

Acolitados con algo de alcohol, disfrazamos mi varonil aspecto: pantys, brassiere, rellenos, medias, minifalda, blusa, tacones y de corona: una dorada peluca. Al comienzo fue todo risas y tropiezos para no caer, luego seriamente dominé el andar. Mientras Samuel retornaba con más licor, ensayé mi papel de mujer frente al espejo, notando, que al caminar con tacones mi envés cedía a una maternal incógnita; superior a la de mi tía; y mi anverso insistía en una vaga confianza similar a la de mi padre. Intuyendo que algo me faltaba tomé las pinturas y con dulzura falseé mis labios y con enojo corrompí la mirada. Salpicada de Avón's, y encendida de arrebol, me recosté ambigua en el sofá. Al llegar Samuel y verme, descubrí en sus ojos y por primera vez, el encanto de ser importante. Él experto en orfandades, se acercó y sin decir palabra, dulcificó mi oído. Amanecimos secuestrados por brebajes, cigarrillos y arrebatos de soledad…

Al medio día salimos a la cita con...

“Los sicarios del tiempo ajeno”.

En su dedo llevaba Sam…' el anillo más grande que encontramos y en la maleta, su disfraz de arzobispo, junto al mió de viuda sexy, con excepción de las pantys, que a partir de ese día, las usaría siempre, pues me daban gran seguridad…

El velatorio y la evaporación en seco de “Los sicarios del tiempo ajeno” , fue un éxito a medias... pues, a pesar de que logramos limosnear lo que esperábamos, solo nos sirvió para la guitarra del devoto. Es que… “Imberbes rostros vemos, pero uñas no conocemos…” Con disfraz de Jesuita, urdiendo sombras y atropellando hermandades, el impostor del Jorge desfalcó al grupo y sórdidamente se apropio del dinero. Tras liar en la red, liadas raíces sin exhumar también sus perrerías Reservadas, alguien lo sotaneó y gracias a su venustrafobia (16) reportan que cohabita parásito con manipuladas incautas/os regurgitando mojigato, siniestra bilis y Augusta ignominia.

En lo que a mí concierne, el nuevo año lo recibí prometiéndome culminar mis estudios y perseverar hasta convertirme en una mujer, dispuesta a gritarle al mundo, aunque sea con una voz ronca, mi nuevo nombre, y lo más importante, emulando al devoto del Carlos, pedir al Altísimo, por intermedio de su Intercesora, no flaquear en mis anhelos.
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Telefoneé a mi madre y exhumando sus errores, confesé haber encontrado por fin mi camino… Tras un extenso silencio, se disculpó. Lloramos… Sin reparos prometí que terminaría el colegio y que de corazón perdonaba los resbalones de mi padre. Con su bendición desaté los nudos que tupían mi garganta. Pusilánime le conté a mi tía y su respuesta fue: —Utiliza la ropa que quieras, pero no vuelvas a usar mis pinturas… ¡Ah…! y que ojala concilies tu atropellada incertidumbre. ¡…No entendí…!

Mis planes los mantuve en reserva, mi atuendo seguiría igual, con excepción de las pantys. Empecé a comprar nueva ropa, llené mi neceser con cremas maquillajes y artificios. Aburridos libros los canjeé por novelas del corazón. Pinté mi cuarto de rosado; los fines de semana, sin mi tía en casa, maquillada, perfumada y vestida de ama, sazonaba para Sam…' Los domingos íbamos a la Iglesia, estaba feliz…
Encontré por fin razones para vivir.

Llegó febrero y casi todos a la playa. El devoto Carlos no nos acolitó, pues tuvo que pulir los arreglos del Himno de su Intercesora. Sam…' no pudo ir pues viajó a su país. Le eché mucho de menos. Me sentí fuera de lugar; añorando su seguridad su compañía y hasta sus ronquidos de medianoche.

Al regresar a casa, encontré en la puerta una rosa, sostenida por los labios de mi compañero. Embriagado en soledad me confesó que le hice tanta falta que retornó antes de la fecha prevista… En la alcoba, abrimos un paquete que había llegado días atrás encontrando: una aplicación de una clínica de cambios de sexo en Madrid, una docena de pantys, una botella de Chinchón, una Biblia y una solidaria carta de mi madre.

Al siguiente día tras reportarme enfermo en el colegio y recibir la Santa Ceniza, envié, llena de esperanza, la bendita aplicación.

El tedio soportado en las viejas aulas, solo era tolerable gracias al perezoso descanso de las tardes, cuando en la comodidad de mi alcoba pulía con recato mis uñas y tonificaba mí piel, mientras me deleitaba con arrolladoras tele-novenas.

Sin sentir llegó abril y con gran expectativa para todos, pues el sábado diecinueve sucedería lo que, el devoto Carlos, llamaba sus cuatro vísperas: En la madrugada se estrenaría como prioste-cantor en el Rosario de la Aurora. En la tarde como arreglista, en ritmo de Rock del Himno de La Dolorosa, en el concierto “Ultrazumba” Por la noche, reestrenaría sus arreglos en la celebración de los ciento dos años del lloroso milagro, de su Intercesora. Y, a las cero horas los amigos, celebraríamos uno más de sus huérfanos abriles.

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Llegó por fin el esperado sábado… Enseguida de almorzar voy a la cita con los panas, menos con el devoto Carlos, que ya debe estar en la discoteca y con Sam…' que por necio lo deportaron del país.

Como es costumbre llegan con retraso y para colmo… con invitados. Como sardinas en lata, vamos en el armatoste del padrastro del Luís y, como los males no vienen solos…, los planes se estropean más, por el reciente hundimiento del intercambiador del Trébol, que aturde el flujo normal de automotores.

Por improvisadas rutas circulamos a merced de la lluvia, lodazal e inoperancia del Buró Policial, hasta que el torpe trayecto se paraliza por completo. Estamos furiosos. Que falta me hace Sam…' él siempre sabe que hacer. El peache’d acusa al lerdo del Luís por no utilizar otra ruta, pero este se limita a su esquizofrénico: —Mmmmm… El despierto, irascible repudia a la Burocracia Municipal, por el nulo mantenimiento dado a la red de alcantarillas, aquí y en toda la ciudad. Frenéticos ahondamos en insultos.

El peache’d, risueñamente serio contraataca: —El mal estructurado colector que encauza los líquidos hacia el río Machángara resquebrajado por la avalancha de aguas lluvias, por el incremento de aguas negras y por la cerveza del último viernes, sucumbió desparramando nauseabundos desechos en el mal cimentado relleno, generando un progresivo remolino, hasta que su descomunal fuerza centrífuga, debilitó su alrededor, provocando un gigantesco precipicio con un perímetro de ocho mil ochocientos cuarenta y nueve centímetros y una profundidad equivalente a un edificio de veinte y tres pisos.
Burlonamente-serios, inclinamos las cabezas.

La congestión vehicular, la pachorra del Buró Policial y la inercia de los dieciocho cariacontecidos resultan tan enervantes, que encarnando a Sam…', abandono mi lugar y ordeno: quiénes se quedan en la chatarra y quiénes intentaremos un aventón. Así lo hacemos. Bregando con lluvia, cráteres, fango y vehículos, encontramos por fin un taxi y en menos de quince minutos llegamos a la “Trastoteca Fractury”

A instantes del ingreso al atestado tugurio, anuncian al siguiente grupo que con aplausos aparece en la tarima. Pregunto por el devoto y me cuentan que por lo estrecho del lugar, él y su grupo están detrás del escenario.

El despierto no deja de vociferar contra: los organizadores, por la nula ventilación y la acústica; contra el Buró de Espectáculos, por permitir tamaño concierto en un ruinoso galpón; contra el Buró Policial que no pone orden; y, contra el Alcalde, comandante del Buró Municipal, por el caos del Trébol. ¡Maldita sea!, estamos todos de acuerdo. Animando mí enojo, con risas de oreja a oreja, me agradecen por librarlos, aunque sea por un buen rato, del sabelotodo peache’d.
En sarcástico silencio inclinamos las cabezas.

En plena intervención del “Grupo Arritmia”, advertimos, un macabro resplandor en la techumbre seguido de un chispeante destello. Pensamos que es parte del Show pero… ¡Cesa la música! y se inicia el desconcierto del público que contempla con asombro la incesante lluvia de fuego. Guarecidos por chaquetas antebrazos y hasta nuestros zapatos pugnamos por llegar a la única salida; pero, un alud humano nos arroja al piso y en pocos instantes transita sobre nuestras espaldas, intentando evacuar el lugar ya en incendio.

Arrastrándonos entre pies, piernas, heridos y demás, logramos llegar por fin a la puerta y tras un sobrehumano esfuerzo, uno a uno, logramos salir.

Afuera entre felices reporteros, ambulancias, muertos, quemados y mil lamentos, hallamos al resto de los panas que sin darnos tiempo a respirar vociferan que el descuidero del LuíSS, tras ser acusado por sus asalariadas fue cocinado. —¡Su interfecto hermano y yo, se lo advertimos…! exclama el el piache’d… Y en medio de los abrazos lágrimas y gran confusión el despierto Lucas pregunta: —¡¡¡Y el devoto!!! —¡Ya lo han de sacarrr-puesss… —Responde alguien —¿¿Sacar??... —¿¿Sacar??... Repito iracundo.

Rabioso por mí imperdonable olvido, voy en carrera hacia la puerta e intento ingresar, pero al ser impedido por el torpe amontonamiento de bomberos, policías y curiosos, monto en irrefrenable cólera y al borde del colerín entiendo por fin las palabras de mi tía… Entonces retorno donde los panas y les ordeno que me sigan… Así, evadiendo autoridades, fisgones, burócratas recién llegados y heridos; rodeamos en tropel el caliente trasto, hasta llegar a las espaldas del escenario. Una vez ahí con los puños, maderos y chatarra logro hacer un horado en la pared y uno a uno ingresamos otra vez al tétrico laberinto.

Adentro, en un rincón y abandonado entre humeantes restos de lo que debió ser la tarima, vemos un cuerpo. Apartando tiznados instrumentos, cables, sillas y maderos aún humeantes, llegamos a él y anhelando equivocarnos, le damos vuelta…
...desilusionados comprobamos que sí, es el devoto del Carlos.

Con apuro, precaución y necia esperanza lo tomo en mis brazos y lo traslado afuera; donde, al ser ya crónica roja, los voraces medios nos iluminan y el Buró Policial, ávido de trofeos y luces, interviene furioso y se apropia del cadáver, dejando en el piso y con grosera indiferencia la leva de cuero que alguna vez fue la particularidad de su banda… El despierto desconsolado la recoge y todos afligidos la tocamos…

De uno de los bolsillos de su humeante chaqueta, saltarinamente cae al piso, una resplandeciente medalla de la tal Intercesora…

“Madre Dolorosa…”


(14)  El número de tontos es infinito.
(15)  Ley sobre obligaciones de vigilancia de la carne de vacuno y bovinos. 
Además de ser la palabra mas larga en idioma Alemán. (63 caracteres)
(16)  Venustrafobia: pánico a las mujeres bonitas.